La participación de los grupos vulnerables

Tercer Trimestre
Boletin de Divulgación
Escrito por: Lic. Juan Antonio Juárez Valdez
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Existe una frase que, debido a su uso común en el ámbito de la biología, la tecnología y las ciencias naturales, ha perdido su sentido para nosotros como algo que nos atañe en el día a día:

Un cadena no es más fuerte que su eslabón más débil”

La eficiencia, como forma de trabajo y sobrevivencia de la especie y aun más allá, como forma de ser competitivo dentro de una sociedad, marca los ritmos de un supuesto crecimiento que, en realidad, no nos ha llevado a alguna parte y sigue cobrando víctimas; es decir, los eslabones más débiles de la población no obtienen nada a favor de los proyectos y supuestos avances de la misma y no hemos aprendido mucho en realidad.

“¡Oh eficiencia!, cuántos crímenes se comenten en tu nombre ”

Como podemos observar, ambas frases son ejemplos contradictorios. La primera expresión, es comprobable científicamente mientras que la segunda resulta ser consecuencia de lo poco que hacemos desde nuestros intereses personales y formas de vida, supuestamente dentro de la sociedad y una engañosa distribución “justa” de bienes y beneficios.

Algo estamos haciendo mal. Hablemos de los grupos vulnerables; hablemos de esos que, como parte de la cadena, no tienen ni cuentan con todos los favores del resto y que, sin embargo, son la denotación más clara de nuestra debilidad y falta de crecimiento.

Los grupos vulnerables son, por definición, agrupaciones o grupos de personas que se encuentran, dentro de nuestros esquemas de supuesta productividad, salud, y bienestar, en situaciones de riesgo y desventaja: los discapacitados, los inmigrantes, los niños, las minorías sexuales, las sociedades indígenas, los extranjeros y los ancianos, son quienes generalmente les conforman.

Actualmente, no existen proyectos sociales, políticos, familiares, tecnológicos, culturales y económicos lo suficientemente adecuados para cubrir a todos y cada uno de los diferentes estratos sociales que conforman un estado o un país y los más perjudicados, siempre y sin excepción, son los grupos vulnerables.

Existe algo conocido como “la ley del mínimo”, la cual, inspiración inicial de la expresión que utilizamos en nuestra primera frase, es capaz de solucionar la situación que existe alrededor de los grupos vulnerables. Veamos de cerca de que se trata.

La idea de que un organismo no es más fuerte que el eslabón más débil en su cadena ecológica de requerimientos fue expresada claramente por Justus Liebig en 1840. Liebig fue uno de los pioneros en el estudio del efecto de diversos factores sobre el crecimiento de las plantas. Descubrió, como saben los agricultores en la actualidad, que el rendimiento de las plantas suele ser limitado no sólo por los nutrientes necesarios en grandes cantidades, como el dióxido de carbono y el agua, que suelen abundar en el medio, sino por algunas materias primas como el zinc, por ejemplo, que se necesitan en cantidades diminutas pero escasean en el suelo. La afirmación de Liebig de que “el crecimiento de una planta depende de los nutrientes disponibles sólo en cantidades mínimas” ha llegado a conocerse como “ley” del mínimo de Liebig .

La ley del mínimo, como la conocemos desde la ciencia, contempla la necesidad de reconocer los más pequeños aspectos para la producción y no solo aquellos obvios y que existen en cantidades importantes.

Aquello que existe en proporciones más pequeñas, puede dictar el fracaso de todo un organismo o una empresa.

Si no contamos con “aquello” que, para lograr el éxito de la producción, creamos que es posible de omitir, la producción no llegará a ninguna parte; el ejemplo es semejante a ignorar los tornillos, pernos o soldaduras más insignificantes para construir un rascacielos; la obra llegará tan alto y será tan duradera y resistente como lo bien colocados que estén esos tornillos, una cantidad infinita de pernos y un universo de soldaduras invisibles a nuestros ojos en relación con la altura del gigante urbano.

Esta es la ley del mínimo. Pero veamos otra forma de enunciarla que se acerca más al problema sociológico que nos atañe:

La peor competición potencial para cualquier organismo procede de los de su propia clase. La especie consume necesidades y el crecimiento queda limitado por esa necesidad. La condición menos favorable controla el índice de crecimiento (ley del mínimo) .

Frank Herbert dentro de su narrativa de ciencia ficción Dune, nos habla no de los componentes ni de los nutrientes necesarios para suponer el éxito o el fracaso de un organismo; el autor, nos habla de una sociedad y de su capacidad de crecimiento y adaptación al medio. Herbert, describe a sus personajes dentro de condiciones naturales durísimas y para hacerlo, parte de su conocimiento y estudio de grupos nómadas cuyas vidas dependen de una férrea organización y trabajo muy específico para sobrevivir al medio ambiente más extremo que conocemos: el desierto:

Según el propio Herbert, la idea de este escenario le surgió en un viaje que efectuó a Florence, Oregon, en donde el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos estaba realizando un proyecto piloto para el control del avance de las dunas. Algunos otros viajes del autor a Oriente Medio, y principalmente un viaje al Pakistán, le ofrecieron nuevos elementos sobre las sociedades nómadas y la vida en el desierto .

Ahora vemos como viven esos nómadas y como aplican la ley del mínimo para sobrevivir.

Un grupo de nómadas, imaginemos el cuadro, recorren durante semanas y a veces durante meses, cientos de kilómetros a través del desierto como medio para transportar sus mercancías, para mejorar las condiciones de vida de sus aldeas, para cazar, para hacer negocios y para prosperar como tribus y clanes.

Los conocemos comúnmente como beduinos. Los beduinos, nómadas naturales, establecen reglas muy estrictas para sus caravanas que muchas veces se hayan conformadas por docenas de personas y cientos de animales tanto para el transporte, el alimento y para el comercio de carne, grasa y demás productos derivados de la crianza: caballos, ovejas, cabezas de ganado, puercos, gallinas y camellos son sólo algunos de estos animales.

Los beduinos, hijos de su tribu, viven en aldeas sólo a modo de “parada” ocasional y punto de llegada estratégico. Su vida, la hacen en el camino y en grupo.

La preparación para el largo recorrido significa un acopio minucioso de recursos para todos los miembros de tribu y los animales: agua, comida, ropa para el recorrido e incluso armas para la defensa contra grupos hostiles.

Los viajes tienen un itinerario muy exigente: se viaja de noche y eso cuando la temperatura no llega al límite de la congelación; su descanso, el acopio de fuerzas y la alimentación ocurre en el resguardo de sus tiendas durante el día para evitar la pérdida de agua en el cuerpo por el desgaste y por lo tanto un consumo mayor de las reservas para el camino.

La regla más importante para el grupo, es la ley del mínimo. Esta tiene, como beneficiarios principales para su aplicación, a los niños de la tribu.

“Cuando la leche es poca, al niño le toca”

Es una frase que nos enseñaban los abuelos en casa hace años… y bueno, pues estas palabras tienen su origen en la forma de vida que estamos describiendo. Los niños son el punto de referencia de los nómadas beduinos para su sobrevivencia. Ellos, son el nicho más importante para el consumo de agua, de alimento y son la garantía de abrigo para todos. Los niños, son el punto de partida de estas tribus para garantizar su crecimiento y su avance exitoso; de hecho, los ancianos son beneficiados de la misma manera.

Ahora observemos el sistema de estas tribus y el contraste con las formas de vida que hemos creado alrededor de nuestros grupos vulnerables cercanos como los niños y ancianos.

En las tribus, el agua y el alimento se miden garantizando el consumo de los infantes en primer lugar, el resto, puede o no consumir determinadas cantidades diarias de acuerdo a su corpulencia, a su fuerza o su salud, pero el niño requiere cantidades fijas de alimento y de líquidos que no son negociables. En nuestra sociedad muchas veces los cálculos para estos consumos parten de nosotros y los niños, sentados en nuestras piernas, beben a nuestro lado y comen de nuestras raciones. En la realidad, nuestra desventaja con los grupos de beduinos consiste en que, si el agua o la comida nos faltan, los primeros en pagar el precio son nuestros pequeños ya que ellos no fueron la prioridad sino sólo consumidores de nuestra parte; tal vez, nosotros podremos resistir, pero ellos no.

Otro ejemplo: en el desierto, y gracias el clima, el abrigo de los niños es lo más importante y de ahí se deriva el peso del equipaje para el resto que bien pueden ser mucho más resistentes a las condiciones ordinarias e incluso extremas; pero los niños no. En nuestro caso, nuestros niños, muchas veces, por ejemplificar, habitan y se abrigan en nuestro regazo. El problema y el contraste consisten en que si nuestro abrigo no es suficiente, los niños mueren en nuestro regazo, mientras que para los beduinos los niños están cubiertos frente a situaciones extremas y quienes dan la cara a las condiciones cambiantes son aquellos cuyas características físicas les permiten afrontarlas mejor.

Tal vez, habiendo pecado de exageración, esta descripción comparativa, nos resulte un escándalo y una mentira dentro de nuestras familias y nos consideremos incapaces de hacer daño a nuestros hijos, pero como sociedad, si actuamos de esa manera dejando indefensos a quienes se encuentran en condiciones diferentes a las nuestras.

La ley del mínimo, como la hemos tratado hasta ahora, contempla precisamente la atención a los grupos vulnerables como principales objetivos y referencia obligatoria del crecimiento y éxito de un grupo en su dinámica social determinada.

  • - ¿Qué ocurre en nuestro país cuando un fenómeno natural desafortunado tiene lugar?
  • - ¿Quiénes pierden sus casas, sus propiedades, su trabajo y hasta los miembros de sus familias?
  • - ¿Y si el fenómeno es económico e inflacionario?
  • - ¿Quiénes no son capaces de afrontar una crisis que para otros puede significar tan solo ajustes presupuestales y de activos fijos mientras que hasta la compra de un litro de leche resulta imposible?
  • - ¿Quiénes son los que mueren por las pésimas condiciones de ciertas infraestructuras hechas desde la corrupción?

La participación de los grupos vulnerables solo es posible, dentro de una verdadera democracia, cuando la respuesta a estas preguntas se convierte en una provocación para los cambios y modificaciones a los sistemas y leyes para que beneficien a todos y no sólo a unos cuantos.

En la práctica, nosotros somos los principales responsables de la existencia de grupos vulnerables pues, en contraste con los beduinos, nuestras condiciones y formas de camino como sociedad no están diseñadas para que ellos se vean beneficiados. En realidad, nosotros colocamos a otros en situaciones de desventaja y de riesgo. Somos quienes hacemos de ciertas personas, personas vulnerables:

  • - Los últimos en llegar.
  • - Los rezagados y por lo tanto resentidos por nuestra omisión.
  • - Los primeros en morir en situaciones de riesgo.
  • - Los costos “ominosos” para los más beneficiados social y económicamente.
  • - Los que, ante cualquier cambio, ya no pueden comer al día siguiente.
  • - Los excluidos.
  • - Los diferentes.
  • - Los silenciados.
  • - Los abandonados

Pensar en una participación de los grupos vulnerables supone un necesario y maduro ejercicio social que nos permita en primer lugar arrancar de ellos las características que los hacen vulnerables.

Un niño, por ejemplo, deja de sentir que el mundo se le viene encima si le ocurre algo a sus padres cuando se le enseña a pensar por sí mismo y a resolver y enfrentar la vida. Este chico ya no estará sujeto a las olas que la vida arroje sobre el puerto de su familia, es decir, ya no será vulnerable.

Un grupo indígena será vulnerable siempre que se le separe de cualquier determinación o se piense por él; cuando se le abandone a su suerte frente a un revés natural o económico o bien cuando se le convierta en pretexto de atracción y curiosidad antropológica.

Una minoría sexual deja de ser vulnerable cuando su modo de vida no se convierte en obstáculo para la educación, el progreso, la cultura, el trabajo o la economía con que camine la sociedad.

Un anciano no será vulnerable cuando no se vea en la necesidad de temer un revés en los ingresos de su familia que le lleve a ser abandonado, asilado o hasta encerrado; no será vulnerable, cuando la familia aprenda a “caminar con él” y no a “cargar con él”.

Nuestra misión como sociedad y como familia, en tanto punto de partida, es eliminar los riesgos, las desventajas, las limitaciones, los silencios y los obstáculos de quienes ya hemos aprendido a considerar y llamar vulnerables.

¡Atención! Sabemos que son vulnerables por definición y así lo marcamos al principio y hemos aprendido a mencionarles y definirlos de eso modo para poder cuidar o ver por ellos, pero, nunca para quitarles esa condición y hacer de nuestros niños, nuestros ancianos o nuestras personas con discapacidad seres no vulnerables; porque, en realidad, no tendrían por qué serlo.

La participación de los grupos vulnerables debe determinar nuestro camino como sociedad pues es determinante para su éxito (ley del mínimo) y ser parte de un nuevo proyecto de país que evite que cualquiera de sus miembros esté en peligro, carezca de oportunidades, se encuentre en riesgo o dependa de los demás para subsistir.

Los grupos vulnerables no son un grupo “sin voz”; al contrario, son nuestra referencia obligada de que estaremos haciendo bien las cosas al quitarles cualquier condición de desventaja para dejar de ser vulnerables.

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