Confianza y gobernabilidad

Cuarto Trimestre
Boletin de Divulgación
Escrito por: Lic. José Manuel Moranchel Roca
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La confianza, dentro de cualquier forma de interacción humana, desde la familia y hasta el gobierno; desde el quehacer privado y hasta la vida política e intelectual como ejercicio de la persona y de las instituciones, es valor fundamental que hace posible la permanencia y asociación con el “totalmente otro igual a mí” como alguien digno de trato, merecedor de beneficios diversos en el marco de la justicia y verdadero miembro saludable de la sociedad capaz de generar un sano marco de convivencia.

Confiar, significa “estar con” y por lo tanto caminar “de a dos” en un proyecto común de vida y sociedad; esto último, sin ni siquiera haber puesto ningún acento en situaciones económicas y culturales que nos atañen a todos pero que no son iguales entre nosotros. La economía, la educación o el puesto político no son virtudes que debamos confundir con la confianza (de ello hablaré más tarde).

Dentro de una sociedad u organización de carácter público o privado, confiar, ser de confianza o ser confiable es indispensable para generar relaciones interpersonales productivas o, en el peor de los casos, no ser dañinas en beneficio de una de las partes cuyos fines “extra-proyecto” se interpongan en contra de los objetivos de un grupo en particular.

¿Qué significa ser confiable o generar confianza?
La confianza es un valor, para desgracia de muchos, que nace de la boca de “terceros” siempre de terceros; no nos corresponde a nosotros, desde nuestra palabra, decir o alardear de ser “dignos de confianza” dentro de ninguna de nuestras interrelaciones públicas, comerciales y ni siquiera familiares:
- Confía en mí –
- Puedes contar conmigo –

Son afirmaciones imposibles de hacer más que únicamente de “dientes para afuera” y que nunca ocupan el lugar de una premisa verdadera sino hasta su cumplimiento, peor aún, serán otros los que dirán verdad acerca de nosotros, y con razón, que hemos sido o no personas de confianza.

¡He aquí la fuente del primero de nuestros problemas! y el problema de ganarse la confianza por parte de los otros:
- ¡La confianza no se enuncia!
- ¡La confianza no se presume!
- ¡La confianza no se postula!
- ¡La confianza no es un adjetivo calificativo auto-impuesto!

Si una persona o una organización, un gobernante o un empresario se auto proclama “de confianza” o “de fiar” ha dejado afuera a aquel o aquellos que tienen la última palabra sobre la confianza.

La confianza no se dice nominalmente como un conocimiento adquirido del que podemos hacer alarde, no es un “apellido” que denota cualidades intrínsecas ni es una propuesta poseedora de contenidos específicos.

La confianza se gana y somos el resto los que podemos decir o no sobre “lo confiable” de tal o cual individuo, organización o gobierno.
- ¿Qué hay por tanto?

Que si la confianza, entonces, no es punto de partida de ninguno de los discursos que podamos hacer es, por lo tanto, punto de llegada de acuerdo a un juicio ajeno, y no cuestionable, de aquel o aquellos que pueden decir de nosotros si somos o no confiables. Es, la confianza, en conclusión, resultado de cualquier trabajo específico que realicemos a los ojos de los otros que tendrán, al final, la última palabra.

- Cuán importante resulta no generar expectativas que rompan la esperanza de los otros por el afán de llamarnos previamente: ¡confiables!

En la esfera pública, ésta confianza de que hemos hablado hasta ahora como parte de los aspectos propios de los gobiernos, de gobernar o de ser gobernados, es un tópico delicado si nos atenemos a la observación de los resultados: hay un error fundamental en decirse de confianza antes de ocupar un puesto público así como hablar de un gobernante o responsable del gobierno como digno de confianza al inicio de su labor o mandato… ¡Cuidado!, la mayoría de los errores y malos entendidos dentro de la democracia surgen de esta premisa. La confianza se genera por resultados y es garante de la gobernabilidad desde la esfera más pequeña de un gobierno hasta la más alta.

Una gobernabilidad, gobierno o estado saludable, pensemos en un organismo vivo y sano, depende de la armonía que resulte de sus resultados; estos últimos, fruto de un quehacer político adecuado con el bienestar y la coherencia; esto significa que tal o cual gobierno se han ganado nuestra confianza.

Cualquier acción en donde se rompa aquello que un país, una organización etc., espera de su gobierno, crea una inestabilidad política en sentido fuerte gracias a que la “vox populi” dueña del juicio de valor sobre la confianza tendrá la última palabra.

La gobernabilidad es una construcción que si bien, lleva tiempo, dará o no frutos de confianza durante su andar y su proceso en relación al resto que, como críticos u observadores, harán un juicio.

Ahora bien… ¿Existe un punto de partida para saber o decir sobre la confianza generada por un gobierno sin tomar en cuenta las expectativas múltiples de todos? Vemos que nos dice Montesquieu en su Espíritu de las Leyes: podemos encontrar una luz al final del túnel y un punto en común inicial:

El triunfo político depende de la tranquilidad de espíritu que proviene de la confianza que tiene cada uno de los ciudadanos entre sí y la confianza en su gobierno.

Jean-René García, profesor de Derecho de la Universidad de París, nos dice sobre este fragmento que la confianza de cada cual obedece a la claridad con la que todos pueden vivir su vida de acuerdo únicamente a aquello que las leyes permiten.

Desde esta afirmación, hace referencia al ejemplo de Montesquieu sobre la separación de poderes para que el ejecutivo no emita juicios correspondientes al legislativo ni dicte castigos propios del poder judicial haciendo una concentración absoluta del poder en una sola persona. El poder ejecutivo, puede y debe sujetarse al “espíritu de las leyes” núcleo del poder legislativito y respetar en todo momento las acciones del poder judicial.

Si aterrizamos estas afirmaciones en torno a la confianza diremos: cumplir lo propio de nuestras gestiones políticas, garantiza la gobernabilidad mientras nos sujetemos a las leyes emitidas y a los juicios formulados. Para gobernar, y hacer las cosas bien desde el principio, hemos de aceptar el estado de derecho y una constitucionalidad perfectamente clara y aplicable a nosotros.

Como punto de partida, está ha de ser la primera llamada de acción para cualquier gobierno: cumplir la ley y vigilar que se cumpla y se ejerza de manera universal para todos empezando para él mismo.

Un gobierno que posee en una misma instancia o persona la ejecución, la ley y el juicio, no es de fiar y por lo tanto pierde la confianza desde el primer momento de su gestión pues deja de ser garante de paz para un pueblo o para sectores del mismo, deja de ser punto de referencia de la ley, y claramente funciona de acuerdo a intereses, generalmente económicos, para su ejercicio.

Al final de un mandato y por acciones generales y públicas se juzgará la confianza que se le tiene a tal o cual gobierno como un todo, pero de inicio, la confianza que se gana en su arranque, se obtiene y se deriva del cumplimiento de la ley y del sano ejercicio sano de funciones donde el mismo gobierno empata en obligaciones y derechos con su pueblo.

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